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Candioti Norte y Sur: cuando el barrio comenzó a serle infiel a sus vecinos

La fenomenal transformación del tradicional barrio residencial de Candioti, tanto Norte como Sur, en un polo comercial, gastronómico y cultural genera conflictos de convivencia a partir de los usos y abusos. Un fenómeno que no es exclusivo de la ciudad de Santa Fe.

Los vecinos de barrio Pichincha en la vecina Rosario, se quejan de la inseguridad en la zona por la mayor afluencia de gente a sus bares y restaurantes; los que hace algunos años eligieron el barrio de Palermo por su tranquilidad viviendo a pocos minutos del microcentro porteño, hoy se autoconvocan porque están hartos de no poder dormir por los ruidos y música en bares y boliches; en todo el país se habla del «distrito Arístides» en Mendoza, sin embargo los propietarios residenciales del lugar se quejan de la falta de controles, del «avance» sobre las veredas o de que ya no hay lugares disponibles para estacionar. Y así podríamos seguir enumerando tantos otros casos similares en nuestro país como el del barrio Güemes en «Córdoba capiiiital», o la reconversión de las tradicionales Alem en Mar del Plata o Balcarce en Salta.

Aún con sus particularidades, el fenómeno adquiere características similares en todas estas ciudades: barrios residenciales tradicionales, que viven una vertiginosa transformación mutando a zonas comerciales, convirtiéndose en distritos o polos comerciales, gastronómicos y culturales que modifican su fisonomía urbana. Lugares que «quedan cerca», de fácil acceso, donde las casas de una planta van dejando lugar a edificios en altura habitados por familias jóvenes o estudiantes universitarios, que activan la proliferación de una oferta múltiple y a toda hora de «pequeños lugares» donde es posible encontrar ese «rinconcito» donde sentirse a gusto.

La paradoja es que estos cambios -transformaciones urbanas y mayores flujos de circulación y concurrencia a toda hora y no sólo los fines de semana-, para algunos son sinónimo de inseguridad e intranquilidad, mientras que para otros significan todo lo contrario: el mayor movimiento y la ocupación del espacio público («que haya gente en la calle todo el día») genera tranquilidad, atrae inversiones y provoca en los alrededores una oferta de servicios alternativos que antes no había.

¿Cuándo los encantos barriales fueron descubiertos por el resto de la ciudad al punto de convertirlos en atractivos o seductores? ¿En qué momento estos barrios comenzaron a ser infieles con sus vecinos?

Sin lugar a dudas, en el caso de Candioti el comienzo de esta «explosión» ha sido la reciente renovación y puesta en valor del Bv. Gálvez. El Boulevard es el gran eje articulador del paseo, contribuyendo a una jerarquización de sus márgenes norte y sur. Pero podemos rastrear los inicios del cambio en forma paralela a la recuperación de la Estación Belgrano hace unos 10 años; obra a la que se sumaron luego la remodelación de la Fábrica Cultural El Molino y de la Casa de los Gobernadores. También la renovada plaza Pueyrredón y el Mercado Progreso vienen a darle una centralidad a toda una movida de feriantes, artistas y emprendedores que incluye a cultores de nuevas tendencias como la agroecología y la alimentación saludable.

La fusión de la gastronomía con locales comerciales de distintos rubros potencia la zona por la sinergia que surge de la complementariedad del comercio minorista de cercanía. La proliferación de bares, restaurantes, cafés, heladerías, cervecerías artesanales y espacios públicos de encuentro en los barrios Candioti Norte y Sur no debería ser un problema. Tampoco puede estar dominado exclusivamente por las reglas del mercado, en donde el gobierno local sólo concurre esporádicamente para despachar algunas multas y un par de clausuras.

El fenómeno es una gran oportunidad para impulsar un proceso de regeneración urbana que alimente un ciclo de desarrollo local, a partir de las propias capacidades de los actores involucrados. Para que dicho proceso sea sustentable y sostenible en el tiempo, se necesitan acciones públicas y privadas que guíen el accionar de las autoridades, los propietarios de los locales comerciales y los vecinos que habitan la zona.

El Ejecutivo local y los concejales deberían promover instancias participativas de diálogo y concertación a los efectos de arribar a consensos claros que se traduzcan en nuevas reglamentaciones. Al mismo tiempo, asegurar un mínimo de inversión en la zona: infraestructura para embellecer el espacio, alumbrado y limpieza, mantenimiento de calles, parques y paseos, equipamiento y mobiliario urbano; y -fundamentalmente- controlar a toda hora de las actividades permitidas y las que se encuentren en infracción, garantizando el cuidado y respeto del espacio común.

Los privados, por su parte, a quienes hay que reconocerles las inversiones y apuestas realizadas en momentos difíciles, deben ser los primeros en respetar estrictamente sus habilitaciones, cumplir con las regulaciones, orientar sus inversiones a mejorar las construcciones de decks y dársenas para mayor seguridad y tranquilidad tanto de sus clientes como de conductores y transeúntes, mejorar estéticamente sus iluminaciones estilo kermesse y cumplir con todos los protocolos sanitarios y de restricción de actividades en cuanto a tipo y horario.

Si los acuerdos prosperan, seguramente será posible avanzar en el corto plazo hacia una especie de asociativismo público-privado, pensando en fomentar y transmitir una identidad de marca conjunta, realizando acciones comerciales de promoción, organizando eventos y actividades que jerarquicen el espacio público incluso peatonalizando algunos sectores en días y horarios determinados. También se puede pensar la zona a manera de eje estructural de dos corredores «de diversión y/o recreación nocturna segura»: uno que colabore con el desarrollo de los terrenos que se ubican «detrás» de la Estación Belgrano, eliminando barreras urbanas en desuso, que vincule barrios llegando hasta la zona costanera; y otro que se prolongue hasta conectar con la zona del Puerto a través de la calle Marcial Candioti.

Mencionamos algunos de los temas a incorporar en esa agenda de discusión que debemos construir entre todos. Un desafío de agenda, de metodología y de valoración y respeto de los consensos alcanzados, que ayude a la reconfiguración adecuada de nuestros barrios y a la jerarquización colectiva del espacio público urbano que todos hemos aprendido a revalorizar a partir de los cambios de contexto económico, sanitario, social y cultural que emergieron con la pandemia.

GUSTAVO DAVERIO

 

Crédito fotografía: Manuel Fabatía

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