Por Andrea Valsagna (*)
El desafío es bien complejo. La pandemia de coronavirus nos echó en cara las características de la sociedad contemporánea y los desafíos del siglo XXI que debemos asumir. “Paren el mundo, me quiero bajar”, decía Mafalda en la historieta del gran humorista argentino Quino hace más de 50 años. Paremos un ratito.
Vivimos en un mundo globalizado. Sí, ya lo sabemos. Somos ciudadanos globales, pero no actuamos como tales. Algo que ocurre en una ciudad alejada que muy pocos conocen, puede generar una reacción mundial en cadena. Por eso, las emergencias de este tipo requieren de acciones e información que involucran al mismo tiempo a gobiernos y países de todo el mundo.
Los organismos internacionales y los sistemas científicos vienen señalando hace tiempo que debemos avanzar hacia una gobernanza internacional colaborativa. Ahora, lo reclaman. Lo señaló drásticamente el director de la OMS hace pocos días: “Hay países que tienen problemas por falta de recursos, hay países que tienen problemas por falta de capacidades y hay países que tienen problemas por falta de determinación”. También la ONU, en la voz de Antonio Guterres, hizo “un llamado a la acción, a la responsabilidad y la solidaridad como naciones unidas y como personas unidas. Juntos podemos cambiar el rumbo de la pandemia pero eso implica hacer frente a la inacción”.
Además, vivimos en un mundo con enormes desigualdades. El coronavirus, como la mayoría de las amenazas climáticas o sanitarias, no distingue clases sociales ni registra el PBI de los países. Sin embargo, sabemos que la pandemia será más cruel en las sociedades más vulnerables. Por eso es fundamental gestionar el riesgo, diseñando escenarios realistas de expansión del virus que reconozcan las capacidades instaladas y las debilidades a atender. Es ahora cuando hay que actuar. Antes de que el virus colapse nuestros sistemas de salud, destruya los vínculos sociales y haga estragos en las economías regionales.
El problema no termina allí. Vivimos en un mundo hiperconectado, saturado de información y con una crisis de credibilidad en los gobiernos y los sistemas políticos. La circulación de rumores, habitual ante la aparición de fenómenos nuevos y desconocidos que generan temor en la población, se multiplica exponencialmente y de manera veloz a través de las redes sociales, que facilitan el acceso a información sin filtro.
Hay que tener presente esta realidad al momento de tomar medidas y difundir información. La comunicación de riesgos enfrenta ese dilema: cómo administrar la incertidumbre en una sociedad que exige certezas; cómo convocar a la acción de todos, en una comunidad que no cree en lo que le dicen.
Por eso, tener información precisa, sistemática y oportuna es esencial, siempre que no perdamos de vista que al mismo tiempo lo que debe reconstruirse es la confianza.
La información es clave para la toma de decisiones de los gobiernos y los líderes mundiales, para comprender los escenarios de crisis y activar los protocolos correspondientes: conocer el nuevo virus, identificar métodos de detección temprana, alertar a la población y orientarla en qué hacer, definir los roles de los diferentes organismos del Estado, preparar los sistemas de salud para atender la epidemia, identificar las debilidades y generar acciones para mitigarlas, proyectar medidas económicas para que la crisis no se transforme en una catástrofe mayor.
La información también es clave para la población, y todas las demás instituciones que componen una sociedad: para saber qué hacer, para comprender la dimensión del problema, para evaluar si sus gobiernos están actuando de manera adecuada, para controlar que se cumplan las medidas anunciadas, para proyectar sus decisiones personales; porque esta situación afecta nuestras vidas cotidianas. La percepción del riesgo cambia en cada comunidad y es decisiva al momento de promover conductas de cuidado y contención.
Y aquí radica el problema: se han debilitado los vínculos de confianza entre los ciudadanos y los gobiernos. Las crisis de representación política en los sistemas democráticos, el ocultamiento de información en los sistemas autoritarios, la negación de los problemas de los referentes mundiales, el cuestionamiento a los propios medios de comunicación y las empresas que administran las redes sociales, no son datos menores. Han dañado ese vínculo y hacen mucho ruido en momentos de emergencias como éste. ¿Es que no sabemos qué hacer o es que no confiamos en quien nos dice qué hacer? ¿O es que no nos importa? ¿Cómo vamos a movilizar la acción comunitaria si no hay confianza en las instituciones? ¿Cómo activamos la responsabilidad ciudadana si no hay compromiso social?
Entonces, hay que comprender que el problema no es sólo la información. En esta sociedad red que forma comunidades hiperconectadas pero distantes de su entorno, donde los rumores se expanden como fakenews y donde predomina la desacreditación de nuestros gobiernos, la clave es volver a generar confianza.
Porque si no reconstruimos esos lazos sociales, los ciudadanos buscan información en las redes o en internet, los medios consultan otras fuentes, las instituciones averiguan con sus especialistas, las familias se aturden de datos equivocados, los gobiernos toman decisiones apuradas más que adecuadas, la presión social moviliza recursos en el sentido equivocado. La desinformación y el miedo pueden alimentar situaciones de pánico.
Entonces, la tarea no es sólo brindar información -insisto precisa, sistemática y oportuna-. Hay que escuchar a la población y atender sus expectativas, temores y percepciones para movilizar la acción de todos y detener la pandemia. Y hay que transparentar las situaciones, reconocer las dificultades, transmitir solvencia y reconstruir en cada paso el vínculo de confianza, que es en definitiva el que está roto. El más difícil de reparar.
Y todos tenemos que hacer nuestra parte. Porque sólo vamos a detener la pandemia si actuamos, cada uno desde su lugar.
Ojalá esta pandemia sea una oportunidad para avanzar en estos desafíos. Mejor gobernanza internacional, más transparencia en los gobiernos y más confianza en nuestras comunidades. Somos un mundo global con enormes desigualdades. El coronavirus no reconoce fronteras ni apellidos, pero sabemos que van a sufrir más las comunidades más desprotegidas: los mayores, los que no cuentan con sistemas sanitarios adecuados, los que viven aislados y sin información. Ojalá esta pandemia nos haga más resilientes: pensemos acciones para salir fortalecidos, para que estas muertes no sean en vano, para que el aislamiento nos ayude a encontrarnos. Ojalá esta pandemia nos permita aprender algo nuevo para construir comunidades más inclusivas, más saludables, más sostenibles. Un mundo global pero unido, con futuro.
Todos tenemos que hacer nuestra parte. Porque sólo vamos a detener la pandemia si actuamos, cada uno desde su lugar. Para frenar la enfermedad hace falta movilizar la acción y la solidaridad de todos.
(*) Docente de UNL. Ex Secretaria de Desarrollo Estratégico y Resiliencia, y ex Secretaria de Comunicación del Municipio de Santa Fe.
Artículo publicado en El Litoral (www.ellitoral.com) [Link:https://www.ellitoral.com/index.php/id_um/230110-coronavirus-paren-el-mundo-me-quiero-bajar-por-andrea-valsagna-opinion.html]